El día después de ayer
—Sí, acá estamos y este tiene otro ataque de esa música de
mierda que escucha él… —dice el hombre que habla por teléfono ya fuera de la
habitación y en la frescura del balcón que da sobre una noche intensamente
verde— Sí, una de esas. —afirma luego, corroborando lo que contesta su
interlocutor a la distancia— Yo le pregunto si no le hace mal esa música…
porque te pone mal, te altera los nervios, pero ya sabés como es, dice que no…
Y sí, capaz que escucha esa música de mierda para bajar los decibeles de su
propia alteración… Menos mal que se consiguió unos auriculares acá, porque los
de él se los olvidó allá y ahí está, en su planeta de música, volviéndose loco con
él mismo y con esa música de mierda.
El hombre que está en el balcón que da a la noche gira los
ojos y mira a su compañero dentro de la habitación que comparten.
—Te digo que no sé qué le pasa… —repite, fastidiado, respondiendo a los requerimientos de su
interlocutor en la distancia— Si supiera qué le pasa, ya lo habría solucionado
yo, pero así… está en esas etapas de cuando decide volverse loco solo y no te
deja entrar. Vos sabés bien como es cuando no te deja entrar. No se puede
entrar y listo. Hagas lo que hagas, es imposible saber qué mierda piensa o qué
mierda siente.
El hombre en el balcón confía en que su compañero está
absorto en la música y que esa música lo aturde, lo aisla, lo separa de
cualquier intromisión que quiera penetrar en ese mundo tan exhaustivamente suyo.
—No… ni siquiera escribe. Si por lo menos escribiera, me
enteraría de qué carajo le pasa ahora que no le haya pasado quinientas mil
veces antes.
Lo que siente el hombre en el balcón no es fastidio.
Gira otra vez sus ojos de expulsado del ámbito que momentos
antes fue común y encuentra la mirada del hombre atrapado en ese, ahora, ámbito
sonoro. Lo ve atrapado allí, casi como un sobreviviente de naufragio hace suya
una isla a la que nadie del naufragio alcanza.
El hombre en el balcón mira los ojos que desde su posición,
también lo observan. Ve una fogata. Ve una fogata que apenas llamea en una isla.
Y porque ve una fogata cruza el espacio entre el balcón y la habitación, aún
con el teléfono en su mano.
—Después te llamo, Freak —casi susurra.
Se ha dado cuenta que sobre la fogata que él observa, llueve. Y que sin apagarla, solo llueve.
(De: Caída de las patrias - ed 1999)