“A veces parecemos un momento con barcos”, acaba
de decir el hombre melancólico que ha llegado desde la extranjería y permanece
ahora, igual que un extranjero, contemplando la piel de esa ciudad, fantástica
como un animal múltiple, de múltiples perfiles y múltiples cabezas, que
envuelve al que respira en múltiples olores y lo devora con impía puerilidad.
Marcos Gozen, que sigue o persigue a Aryiasz a
todos lados, como una estampita de santo que se porta para no quedar
desamparado en una esquina (así de bondadoso y calmo tiene el gesto el joven
asistente), mira a su jefe y capta que el otro habla de esa plácida detención
que por momentos presenta el ajetreo.
En la ciudad febril y atosigada, hay un
instante que parece exhausto y necesita el ejercicio de la pausa. Es tan breve
que se hace imperceptible si uno no lo espera con el ansia de advertir su
mínimo silencio.
Ellos están ahí, mirando ese espejo de río
desde la pequeña altitud de la baranda, en la terraza de un complejo de
eventos, coqueta y preparada para esa reunión de media tarde, un cóctel
informal, organizado para unos pocos y selectos amigos literarios que acompañan
gozosos la presentación en sociedad del nuevo libro de un destacado periodista de
investigación.
Todos se conocen. Todos se saludan. Todos se
abrazan con efusión risueña.
El grupo es heterogéneo pero cada invitación
tiene un porqué, así que allí se mezclan los que generan datos, los que
corroboran datos, los que investigan datos, los que chocan con datos, los que
escuchan los datos que otros descubren, los que recopilan y por último, aquel
que va a escribir un prolijo trabajo sobre ese otro, minimalista y minucioso,
que supone el armado de las verdades que están ocultas a los ojos del mundo.
Airosamente, el libro consigue ver la luz en el
seno natural de aquella tribu de artífices.
Las pruebas de micrófono avisan a los participantes
que va a dar comienzo la presentación e invita a que cada cual ocupe su lugar.
El maestro de ceremonias es otro reconocido
periodista, también de esos que escriben sobre la verdad desnuda cuando queda
al descubierto de los ojos que la persiguen y la buscan.
—Investigar al poder no es sencillo. Se
requiere mucho tiempo, mucho esfuerzo y mucho coraje, quizás, hasta un poco de
temeridad. Escribir lo que se ha investigado sobre ese poder es aún más riesgoso,
pero si no existieran aquellos que investigan porque buscan y gustan de la
verdad, viviríamos en una realidad ficticia, que todo lo tapa y todo lo oculta…
—comienza la alocución el presentador, con un tono provinciano que se obstina
en conservar a ultranza, pese a los años que lleva viviendo lejos de su
provincia natal. Deriva luego en ponderar el oficio periodístico comprometido
con la real información y las bondades del ejercicio que su presentado, el
autor del libro, ha encarado como el camino a seguir.
El grupo concurrente lo escucha sin solemnidad
pero con amistoso respeto. Aplauden con fervor las apostillas condimentadas por
una filosofía de la ética que raya entre lo dogmático y lo picaresco, “como
para no aburrirlos con tanta cháchara”, argumenta el periodista veterano,
defendiendo sus oportunos chascarrillos.
Sin embargo, pese a que aquella eficiente
maquinaria de veracidad pública (y publicada) trata de echar luz en una
tiniebla vasta y recurrente, siempre será más lo que calle que lo que diga.
—En este momento tan especial de nuestra política,
permítanme la comparación o la reflexión, el periodista ha dejado su lugar de
cuarto poder para transformarse en “el poder”, pero no en ese poder nefasto que
nos envuelve y nos agobia y cae en la inconducta… En el poder de la mirada crítica,
del ojo que no acepta la ceguera… —prosigue el veterano periodista su arenga
comunitaria, con una voz grave y convencida.
León Aryiasz siente una satisfacción plácida,
productiva, muy diferente a la insatisfacción que le producen las reuniones de escritores
del núcleo duro intelectual de la megápolis que se autodenomina “cosmopolita”,
cuando en su seno no cabe un alfiler que venga de otro acerico. A esas, aunque
le cursan invitaciones especiales, nunca va.
El autor del libro, ya presentado y aplaudido,
hace mención a su largo camino recopilatorio, agradeciendo personalmente a todos
y a cada uno de los que fueron fuentes alimenticias para aquellas páginas que
hoy soy una realidad.
—Y tengo
que agradecer un consejo que me dio uno de ustedes, hace muchos años, cuando estaba
investigando otra “trama secreta” en uno de los tantos encubrimientos de los
que parece no podemos librarnos en este país… —dice, enfocando su mirada en ese
León Aryiasz que aparenta estar un poco distraído con los moños rojos del gazebo
que ocupa un costado de la reunión y sobre el que se han acomodado unas cuantas
mujeres muy producidas como se estila en la city y que huelen a perfumes caros
y furiosos.
—Un buen periodista necesariamente debe ser un
buen escritor tanto como un buen agente de inteligencia debe ser un buen
novelista para poder desarrollar las tramas de la investigación en su cabeza. Las
investigaciones y las novelas no son otra cosa que la unión correcta de los hilos
de datos. Ni más ni menos que una trama.
El autor levanta uno de los libros que ocupan sobre
la mesa, su costado derecho.
—A él dedico este libro. —agrega, sonriendo.
—¿Cómo se llama el libro, jefe? —quiere saber Marcos
Gozen, sumado a los aplausos y cuando ya todos abandonan sus asientos para
abalanzarse sobre los appetizers del agasajo.
—La secreta trama . —murmura León Aryiasz.