"Abuelo, vos que sos un héroe, deciles que dejen de tirar bombas. Tengo miedo de que maten a mi hermanito".- me dijo mi nieto menor en la última video conferencia que tuvimos.
Yo lloré. No supe que decir.
cruza un hachazo la
jaula de mi boca y de mi lágrima
incontenible
lágrima que ha envejecido en toda sequedad.
No puedo contener en
mi garganta la sucia voz del perro
de este habitante
indócil con sus dientes carcomidos y mochos
de masticar
pedruscos como si se tratara de mendrugos
mendrugos de pan
ázimo y arena.
Tengo un perro y un
cuervo en mi garganta
disputando el
espacio con la risa que reclaman tus ojos
de los míos que no
saben reír.
Esto es un héroe.
Un tipo tan de a
pie como un gusano,
tratando de cambiar
las costumbres de Dios
por otras más
sensibles, menos duras, con menos impiedad y más justicia
mientras se deja
las manos y se deja el orgasmo
en el borde del
nunca.
Te observo reír
como una ensortijada maravilla
que juega con
medallas.
“Ahora son mías tus
medallas, abuelo”
Lloro sangre.
Un mago y un
filósofo me hablan.
Los escucho en la
pausa de una vida que no posee pausa.
Ellos me hablan con
los ojos que tienen los que hacen milagros.
Y yo veo milagros
con los ojos de los
que no han visto nunca uno.
Un filósofo y un
mago hablan del mar. Me hablan a mí del mar.
Le hablan del mar a
mi yo pez
que añora todo lo
que ha perdido
y es incapaz de recuperar
ni por la magia ni a través de la filosofía.
Pero ellos, que
hablan, no lo saben.
Sus manos vuelan
mientras ellos hablan.
Son cuatro pájaros
que han trepado por un rayo de luz
al mundo de los
sueños que no deben perderse.
Vuelan sus manos
como cuatro pajaritos milenarios
en un plantío de
vid.
Vuelan como si
retozaran y bebieran.
Me emborracho de
lágrimas.
¿A quién podría
ocurrírsele que llevaras mi nombre?
Este símbolo casi
–porque todos los
nombres son un símbolo–
este nombre émulo
de matzudâ
hecho todo de
resistencia y de antigüedad inquebrantables.
Los nombres caen
sobre nosotros como un dedo de Dios
que nos señala
nos escribe un
camino sobre la identidad
y somos ese tañido
místico que marca la vivencia
el ser quien uno es
como se identifican
las campanas durante las tardes
o en las
ceremonias.
Un nombre es parte
de la voz del yo
de su perfil entre
todos los perfiles
y nos define un
camino a seguir entre los hombres.
¿A quién se le
ocurrió maldecirte con mi nombre,
si la tuya no es una
vocación de abecedario?
Una vocación de
palomar y de abubilla
que hace del aire
el reino de la música.
Este nombre de
matzudâ está hecho para piedras que gritan con un grito de piedra inamovible.
Le has puesto alas a
las letras de piedra de mi nombre.
Miro tu pensativa
plenitud.
El tuyo es un
espacio en las preguntas.
En el fondo más
quieto de todas las preguntas se acumula tu voz.
Hablamos en la
línea de aquello que no sé contestar.
Tus preguntas son
guijarros en el zapato de mis preguntas.
Nos preguntamos las
mismas cosas
y no hay
explicaciones que pueda darle a tu curiosidad
sobre la muerte.
Puedo decirte cómo
se siente esta pequeña furia que es la vida
pero estoy hecho
casi un viejo trágico
que no encuentra
alegría en sus recuerdos hermosos
y trata de robar tu
vocación de aventurero de las ideas.
Me reconozco en tus
preguntas.
Y trato de asumir
este relevo de mi propia sangre
como una concesión
de permanencia.