Suelo estar solo y mal cuando arriban tus botes, porque
subyace en vos esa
historia compuesta de mareas ladronas y de íntimos caracoles invisibles que se
dedican a describir arenas que yo aún no conozco.
Suelo
estar mal y solo, sin ganas de escribir una sola puta palabra. Todo lo que quisiera
decir es incapaz de llegar a estos deformes labios de mis dedos. Por lo tanto,
no escribo siquiera una palabra solitaria en un papel aún más solitario.
Ni
siquiera consigo pensar una palabra.
Cuando
mengua la luna, tu costumbre uncida a las mareas reaparece en la costa del
olvido. Brilla como un extenso lucernario en el que se van encendiendo más y
más candelas, pero yo sé que todo es espejismo. Así entonces, sólo con una
ráfaga, tus candelas de encandilar mis ojos se apagan con timidez nocturna y
regresa la noche y su paréntesis, igual que una hoja en blanco.
Suelo
estar mal y solo en ese fondo sobre el que tu llamado es un placebo que incita
a mi resucitación. Hace ya tanto tiempo que morí…
Tu
sonido de espuma se aproxima como un mensaje dentro de una botella. Es un
correo de náufragos el nuestro, entre dos islas que cada día se alejan unos
metros.
Se
alejan unos metros.
Se
alejan.
De
metros que se alejan se han hecho irreductibles las distancias.
Aún
no comprendo como tus botes han aprendido el camino a mis costas.