Ha empezado a llover sobre las piedras y la columna de
reclutas aún no se divisa desde aquí.
Cruzar el valle y retornar después salvando el río, con sus
torrentes vírgenes de agua de la piedra, lleva, como dice Mistefâ, un mundo de
camino.
El aire es una historia de verano donde el verde nos
envuelve los ojos con chispazos de flores amarillas.
Hay muchas mujeres que aprenden la guerra en este grupo. Muchachas
y mujeres de ojos grandes y cabellos perpetuos, de gesto profundo y convicción
de raíz de árbol de montaña.
Sonríen, cantan, cuentan sueños dentro de este desastre apócrifo
en que estamos sumidos en un ondulado verano que retumba de ladera en ladera
casi como un heroico suceso impertinente: un escenario de belleza inútil en el
que se acumulan los combates.
La lluvia es, hora tras hora, una manta suave que resbala
sobre las construcciones de piedra en las que olvidamos refugiarnos para
esperar a los que no regresan.
Una y otra vez enfoco los prismáticos hacia la hondura
despareja de los valles que se asoman apenas en los ojos, cortados por el verde
y por las piedras.
Mistefâ sabe lo que busco, pero no dice nada. Solo me ve
enfocar el infinito como si el paisaje fuera un hecho de música y yo tratara de
encontrar en él un pentagrama para hacer pie en tanta incertidumbre.
Yo busco a Nazirim en el paisaje, porque puedo distinguirla
a kilómetros. Siempre lleva flores amarillas en el pelo. Marcha entre los demás
con una corona de flores, como un pequeño faro trepador, hecho de primavera.
A veces guardo las flores que se le caen del cabello entre
las hojas de mi cuaderno, desde el día en que me preguntó ¿qué escribes? y me
entregó una flor amarilla, diminuta, para que se iluminaran las palabras.
"Ven adentro", me
dice Mistefâ, que asoma su cabeza desde la entrada de la construcción, "si tienen que regresar, regresarán. No se
escuchan disparos".
Estamos quietos en
medio de una nada también quieta, sobre la que llueve con dulzura.
Yo regreso a la voz de mi compañero. Giro los ojos y él, en
la entrada, está liando un cigarrillo bajo el agua. Tiene expresión de niño,
Mistefâ.
"Vamos adentro",
insiste como si no insistiera.
El tiempo pasa con actitud eterna. "Es tiempo de montaña", me dijo una de tantas tardes Nazirim.
Después de muchas horas, el cielo ha dejado de llover y yo
apunto una frase en el cuaderno sobre una hoja que tiene adherida una flor amarilla:
"La lluvia se ha cansado de esperarte."
(De: Ius soli)
Imagen: Álbum de la tropa