Revisión de rutina
—Los
nombres importan poco. Lo que importa es el ser que por un momento ocupa ese nombre.
Desparramó
sobre la mesa los doce pasaportes y la mujer le preguntó:
—¿De
verdad habla todos esos idiomas?
Él
recogió los pasaportes y los guardó. Podría haber dicho que sí, pero solamente
usó sus ojos. Sus ojos, que siempre eran los mismos.
Face
off es eso. No te traiciona el idioma. Te traiciona la voz de la mirada, pensó,
mirando a la mujer.
—Los
nombres importan poco– repitió después, cansadamente– La vibración del ser...
eso que late...Eso es lo imposible de sobornar. No importa el nombre. El nombre
es un momento. El ser es siempre. Aún dentro del papel que uno se asigne,
estará ese destello de uno mismo.
El
calor agobiaba las paredes del caserón y se extendía como una voz promiscua por
pasillos y sobacos sudados y por paciencias sórdidas que se enojaban las unas
con las otras, emulando animales sacados de la calle y retenidos sin importar la
especie, adentro de una jaula de zoo, pestilente y estrecha.
—Podrían
arreglar el aire acondicionado central. El tufo a nosotros mismos no nos
permite respirar.– dijo él, en voz tan baja que mientras lo decía pensó que su
voz era una gota, otra gota de su propio sudor, y la garganta resbalaba en
ella.
—¿Usted
habla todos esos idiomas?– insistió la mujer y se echó aire con unas fojas de
sobre el escritorio.
Abanicó
su voz preguntadora y él la observó callado, caluroso y estático como un
lagarto cuya presencia entre las rocas delata solo un conato de respiración.
—¿Cuántos
hombres mató?
—No
importa la cantidad. Importa que lo sepa hacer. Como no importan los nombres.
Nadie quiere un nombre que lo identifique más allá del que elige para ser
identificado. Yo casi no sé como me llamo. Tengo que pensar como me llamo
cuando alguien me pregunta. En general, doy mi último seudónimo. No los alias,
el seudónimo ¿entiende la diferencia?
La
mujer lo observó.
—Uno
le pone el nombre que quiere a los fantasmas.– le dijo él, mientras ella
desaparecía por la puerta.
La
habitación retuvo dentro de sí al calor untado con un alias de silencio.
(De: Del trabajo de a-gente y otras leyendas urbanas)