Universos paralelos.
Ha empezado la noche.
Se presiente en el sonido áspero de un mar que se retira de
las piedras, mientras aparecen trepando desde el fondo las iglesias con náufragos
y quedan abiertas hasta el sol las bocas de las grutas que tienen fondo verde.
Ella está muy inquieta detrás de los telones.
Presiento su ansiedad, mientras la bruma araña los costados
del farallón sobre el cual descansa su negrura la enorme fortaleza. Parece ese
vapor un gas letal, que intenta su trepada por las piedras y resbala y resbala.
Bajo su intensidad, ha desaparecido el pueblo en la calígine. Ya no se ven las
luces desde aquí.
Me tocó doble turno.
Es la primera vez que veo la noche desde esta perspectiva de
silencio.
El viento hace ondular los enormes telones como un mar
vertical, que va y que viene por las habitaciones divididas. Se agitan mientras
la luz decae suavemente, inclinada también bajo las ráfagas.
Han servido la cena, no se quién.
El telón que cruza encima de la mesa separa el silencio de
la forma que oculta, de mi propio silencio, pero oigo los cubiertos. Es la
primera vez que me alimentan, aunque no tengo nada de apetito. Ella en cambio,
devora la sopa de cangrejos. Lo sé por los rápidos golpes de la cuchara contra
el plato.
Los telones se mueven, imprudentes, pero están diseñados a
propósito para que resulte imposible vernos, aún ambos sentados a la mesa.
Ella apoya la mano sobre las convulsiones de la tela y la
mantiene ahí, abierta hacia mis ojos. Le cuento cinco dedos y una palma. La
deja largo rato y luego la desliza, como si su gesto fuera el de acariciar.
Estoy acostumbrado a reprimir los actos espontáneos excepto
la defensa y la ira, así que no respondo, a pesar de haber alargado también yo
mi mano hacia la tela, a muy pocos centímetros de esa pulsante forma de la
suya. La retiro del radio de calor que emanan nuestras palmas y la escondo
dentro en un bolsillo.
(De: Alegoritmos- ed. 2009)